Monthly House View - Octubre 2020 - Descargar aquí
¿Las expectativas de los consumidores y las empresas son la mejor guía para el crecimiento futuro, como suelen establecer los economistas?
2020 es un año tan inusual que los indicadores tradicionales utilizados por los estrategas y gestores para medir el ímpetu económico corren el riesgo de enviar firmes señales erróneas, desdibujadas tanto por los efectos de base como por la psicología. Después de que las sorprendentes encuestas macroeconómicas de julio alcanzaran los niveles más elevados del ciclo de 2017/2018, los índices de gestores de compras volvieron a niveles más neutros en agosto, lo que podría llevarnos a revisar a la baja nuestras expectativas para la recuperación del tercer trimestre. El Banco de Francia acaba de enviar un mensaje diferente y ha mejorado su estimación de crecimiento del tercer trimestre al 16%. En cierto modo, los participantes precavidos están calentando motores, mientras que los que buscan ímpetu se relajan.
En este inusual contexto, están desarrollándose nuevos indicadores basados en la inteligencia artificial, como los rastreadores de movilidad, que sugieren que Europa puede volver a sus niveles de febrero. Es difícil extraer conclusiones de estos indicadores pero, a escala mundial, los datos contradictorios y desiguales favorecerían, en general, la volatilidad de las expectativas de inflación y de las monedas, y el aumento de los rumores antes de las reuniones de los bancos centrales.
Esto es lo que ha sucedido en parte en los últimos dos meses, con un cierto ímpetu en la normalización de la inflación potencial que ha llevado a un aumento de la pendiente de las curvas de los tipos de EE. UU. y Europa. Ese momento no duró mucho, ya que en agosto la inflación de la zona euro llegó a cotas negativas y el Banco Central Europeo (BCE) destacó la presión deflacionaria derivada de un euro más fuerte.
La aceleración del cambio tecnológico parece más fácil de prever. En un entorno de crecimiento reducido, en el que muchos sectores se enfrentan a importantes incertidumbres, las empresas favorecidas por los motores del crecimiento estructural endógeno se benefician de una prima de valoración. Sin embargo, algo grande está cociéndose detrás de los precios de las acciones. Puede que estemos siendo testigos de una de las transferencias de valor más importantes de las últimas décadas. Tras una importante transferencia de valor a los fabricantes de petróleo en los años 70, a las empresas de telecomunicaciones en los 90 o a los bancos en la década de 2000, el ciclo estructural de la tecnología se acelera y capta una proporción mayor de los beneficios del S&P, no solo la valoración. Esta no es únicamente una historia de mercado, sino también un reflejo de nuestra vida cotidiana que es, nos guste o no, cada vez más digital. Sin embargo, no debería ocurrir a cualquier precio, por lo que la reciente corrección técnica es un ajuste saludable.
Este periodo de aceleración es también una oportunidad para cambiar las reglas del juego. En Estados Unidos, para evitar cualquier debate sobre la pertinencia de la política de tipo de interés cero en una economía en recuperación con una inflación que podría superar el umbral del 2% en 2021, Jerome Powell básicamente cambió las reglas del juego y adoptó un objetivo de inflación media, una idea que ya estaba presente en la visión de Janet Yellen, pero que nunca llegó a formalizarse.
Una cosa es cierta: la historia nos enseña que las crisis suelen ser tiempos en los que los líderes de los países y los sectores cambian. En resumen, ser miope en la inflación, la volatilidad o el análisis técnico de los índices es la mejor manera de perderse las transformaciones a largo plazo del capitalismo, llamadas revoluciones industriales.
Monthly House View, 17/09/2020 - Extracto del Editorial
25 septiembre 2020